Autorretratos del confinamiento
El confinamiento empezó en España con la declaración del estado de alarma el 14 de Marzo de 2020. Aunque ya sabíamos que iba a ocurrir y fue un mal necesario, mi vida laboral como la de mucha otra gente dio un giro repentino.
Esa semana tenía planificadas dos sesiones de fotos en estudio, una sesión de fotografía de producto para un look book de moda y otra de fotografía de retrato con una bailarina. También tenía agendados esos meses un par de festivales de danza, ese tipo de eventos de los que congregan a más de 500 personas, que por motivos obvios no se hicieron.
Me parecía que tenía que aprovechar el tiempo y hacer mil cosas pero, en vez de activarme, durante las primeras semanas entré en una especie de letargo, me costaba mucho trabajar y bajé mi productividad. Lo que sí hice fue mucho más deporte (suerte del yoga) y vi películas, leí un poco, como si me hubiera ido temporalmente de vacaciones y en unos días todo fuera a volver a la normalidad. Pero el tiempo pasaba, se acumulaba la desidia y cada vez me sentía más desconectada de la foto y más inquieta.
Fue entonces cuando tomé la cámara, me bajé una app para controlarla desde el teléfono y decidí empezar a usarme a mi misma de modelo. Al principio seguí una iniciativa a modo de reto fotográfico por Instagram de la fotógrafa Cristina Otero (grandísima artista) que proponía una palabra muy abierta para ser interpretada. Así surgieron mis 2 primeras imágenes: Esperanza y Soledad.
De mis primeros autorretratos diré que creo que son muy literales. Interpretar una palabra tan grande como Esperanza era como decidir definir el color Azul (o el amarillo, cualquier color) tan diferente para cada persona, tan amplio que de entrada podía sobrepasarme. Así que desde mi inexperiencia decidí abordar el tema desde lugares comunes, el concepto de esperanza en el momento presente con la enfermedad del Covid-19 y concretamente la esperanza mía de poder salir a la calle y volver a la normalidad.
Esta foto la tomé al lado de la ventana del balcón con mucha luz natural, con un 85 mm fijo de Sigma que siempre me da alegrías. Quise aprovechar la cortina que queda fuera de foco en un primer plano para dar la idea de estar en un interior mirando hacia fuera, aunque no saliera la ventana. Los dedos tapando (o destapando) la boca, como una mascarilla-protección. Los ojos fueron la parte que más trabajo me trajo, les cambié el color a azul celeste y mediante modos de fusión conseguí meter la imagen de una nube. Eh ahí el miedo presente a la enfermedad, el estar en casa y el anhelo de libertad como la “esperanza”.
La segunda imagen, Soledad, surgió aprovechando una mañana de sol con mucha luz directa. En mi casa sólo tengo un balconcito y esa es mi única ventana de proporciones “grandes” con la que puedo jugar. El contraste que creaba la propia luz fue la excusa, pensé en lo sola que me hacía sentir ver a mis seres queridos sólo a través de pantallas y la distancia enorme que se creaba a nivel emocional. Creo que nos pasaba a todos, después de una videollamada me sentía muy lejos y aislada.
La idea era simple (ya dije que me parece bastante literal) yo en la franja de luz en un lado del encuadre y el teléfono, mi pequeña y única ventana posible al exterior, en el lado opuesto de la sombra. Enajenación, distancia física y emocional, contrarios creados por la composición y el espacio positivo y negativo.
A partir de ahí algo hizo clic en mi y empecé a disparar casi cada día. Las siguientes imágenes ya no surgieron de palabras propuestas por grupos sino de ideas que quería probar. Lo importante para mi es que me estaba dando algo que hacer y además que había desbloqueado mentalmente el tabú de la selfie superficial para entender algo que es más profundo: cuando te usas a ti para hacer autorretrato la persona que sale en las fotos dejas de ser tu, te vuelves un actor que interpreta un papel o un elemento más al servicio de esa idea.
Usarme a mi misma me daba mucho más tiempo que en una sesión normal para probar y experimentar, empecé a jugar con telas, objetos, luces y encuadres y también tratamientos de post producción muchísimo más libres. Entendí mejor a fotógrafos como Francesca Woodman o Alberto García-Alix y el valor de expresar emociones desde su propio cuerpo.
Así fueron surgiendo imágenes como la del jarrón de agua, pensando en la sensación de falta de espacio y agregando un toque surrealista. O las del velo negro, pensando en los procesos de duelo que estábamos atravesando, ya no sólo por la perdida de vidas sino también por tener que aceptar que “la nueva normalidad” implicaba una destrucción de la normalidad de siempre y de todas aquellas cosas que desaparecían con ella. Os dejo la galería con todas las imágenes:
Publicando los autorretratos en redes sociales me di cuenta de que gustaban bastante e inspiraban, me llegó un dibujo de un artista argentino sobre una de las imágenes y varias piezas de un músico que se inspiró en mis retratos. También me invitaron a unirme a un grupo en Instagram de fotógrafos con las mismas inquietudes y que pasaban por momentos parecidos. Pero cuando a finales de Mayo, ya tocando casi al final del confinamiento, me contacto una periodista de RTVE para proponerme una entrevista, superó todas mis expectativas. Fue una noticia breve de cultura, la podéis ver aquí.
Después del confinamiento poco a poca fui dejando de hacer autorretratos, supongo que se calmaron las aguas que me agitaban, cumplió su función. Me abrió un mundo a experimentar sin juicios, a jugar y a buscar recursos. Aunque se abrió paso la necesidad de estar otra vez detrás de la cámara creo que volveré al autorretrato cuando lo necesite.